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Las bisabuelas de la Roosevelt, al volante

Las bisabuelas de la Roosevelt, al volante
  • Publishedmarzo 8, 2018

En medio del frío, el desprecio y los bajos salarios, decenas de personas mayores de 65 años reparten volantes en la popular avenida Roosevelt, conocida por su diversidad cultural y étnica. Las señoras del reportaje son andinas y centroamericanas.

La señora Blanca León, de 65 años, sueña con conocer a sus nietos y bisnietos en Ecuador. Ella distribuye volantes en la Roosevelt Avenue. Foto: Mauricio Hernández

New York. Mauricio Hernández. En San Valentin, en medio de un frío demoledor, con sensaciones térmicas por debajo de los (-20) grados Celcius, el murmullo resignado de las bisabuelas volanteras se dejaba escuchar en la Roosevelt, atravesada por la línea de Metro 7, un tren elevado que recorre esta Avenida neoyorquina en Queens, conocida como las Naciones Unidas por la diversidad étnica, con personas provenientes de todo el Mundo.

Ese día, los negocios estaban llenos, muchas familias al completo en los restaurantes. Entre tanto, en la calle, las ‘bisabuelas volanteras’ expelian vapor por la boca, al cántico de Abogado, dentista, abogado, dentista… los dos sectores de trabajo que más promueven con volantes sus negocios, y también los que más pagan. Como hace dos años, nos dimos un paseo por el sector latino de la Roosevelt, entre la 82 y la 95.

En el trayecto nos encontramos con la peruana Rosa Diez, con quien habíamos hablado en San Valentín, en 2016. Ella permanecía como una fotografía en la esquina de la Roosevelt con 82. A su amiga y vecina, Blanca León, no la vimos. Tal vez se haya regresado a Ecuador. Nadie nos supo informar sobre ella.

Señoras mayores de 65 años reparten flyers en la Roosevelt. Foto: Mauricio Hernández.

Las personas mayores venían siendo las más prestas a trabajar como volanteras en la Roosevelt, aunque cada vez más este trabajo en la calle no contrata a trabajadores sin documentos desde la llegada de Trump al poder. “Ahora solo quieren personas con papeles”, nos dijeron muchas de ellas.

Había colombianas, nicaraguenses, ecuatorianas, peruanas, cada una con una historia y un ejemplo de lucha y supervivencia.

Algunas de ellas lo hacen por gusto, costumbre a trabajar, para ayudar en casa o simplemente por hacer algo. Otras por necesidad. Pero la mayoría están mal pagadas, en un trabajo en la calle que sigue sin regularse, aunque poco a poco van mejorando las condiciones. En dos años se ha pasado de 7 dólares la hora a 9, 11, 12 o 13, dependiendo la compañía.

El trabajo de repartir volantes es de los menos protegidos en la ciudad, además de ingrato, porque un elevado porcentaje de personas ni siquiera lo recibe.

Rosa Diaz, de Perú, con 65 años, reparte desde hace varios años volantes. Foto: Mauricio Hernández

Rosa Díaz, de 66 años: Tres hijos, ocho nietos y cinco bisnietos. Reparte volantes en la Roosevelt con 82 desde hace muchos años. Vive sola en Nueva York. Trabaja para ayudar a su familia, que viven en Lima, Perú. “Mi sueño es poder ver a mi familia. A mis hijos no los veo desde hace 15 años y no conozco a la mayoría de mis nietos, ni mucho menos a mis bisnietos”, dijo Díaz con lágrimas en sus ojos. “A mis nietos y bisnietos los veo por facebook”

Díaz trabajó en el aeropuerto de Lima hasta los 48 años, cuando privatizaron la compañía. No pudo conseguir otro trabajo. “En mi país, después de los 45 años ya te consideran un viejo. Y decidí venir a los Estados Unidos, donde las personas mayores también tienen oportunidades para trabajar”, nos dijo Díaz en la calle 82, hace dos años.

En 1988 encontró en Perú a su marido con otra mujer en la propia casa y se separó. Desde entonces crió a sus tres hijos sola. Por la falta del inglés y documentos, solo consigue trabajo repartiendo volantes. Su familia, de bajos recursos económicos, no han podido venir a los Estados Unidos.

Ayda Flores de Nicaragua, cerca de los 70 años: dos hijos, tres nietos (una de ellas en Nueva York con tres hijos) y cinco bisnietos. La señora nicaragüense nos dio el nombre con mucho temor. “Ahora las cosas cambiaron, hay que tener mucho cuidado con este presidente”. Aunque tiene residencia desde hace 10 años, los privilegios para con sus compatriotas cambió con el fin del TPS. “Estoy cuatro meses en Nicaragua y ocho  meses en Estados Unidos. Me voy en diciembre y regreso en primavera. Este año vine antes”.

Ella se siente agradecida de tener trabajo, pues en su país (y en Latinoamérica), no hay trabajo ni para los jóvenes, mucho menos para una persona mayor de 65 años. En Estados Unidos los mayores tienen más facilidad para conseguir trabajo, aunque el idioma y los papeles marcan en la mayoría de las ocasiones la calidad y dignidad laboral.

“Mi marido murió durante la guerra en Nicaragua. Los sandinistas nos confiscaron todo porque eramos liberales”, dijo esta señora en el sector de la Roosevelt, en Corona. “Los abogados solo dan trabajo a los que tengan papeles, ID y Social”, agregó Flores.

La señora Blanca León y su amiga Rosa Dias ven a sus bisnietos que no conocen por el facebook. Ellas reparten flyers en la Roosevelt. Fotos: Mauricio Hernández.

Blanca León, de 65 años, guayaquileña que llegó hace trece años a Nueva York, nueve de ellos distribuyendo volantes en la Roosevelt, nos dijo hace dos años. “No me dejan ir al baño de la oficina del lugar en donde trabajo y al estar en la calle, debía buscar un lugar a donde ir”.

Sin contrato o relación laboral, León recogía latas en la calle o vender agua en los parques para poder pagar sus cuentas. “La distancia ha alejado a mis cinco hijos y hoy vivo sola en Nueva York”, dijo León, que llegó en el 2007 para estar con su nieta, pero su hija también se fue de la ciudad.

“El patrón nos llama cuando nos necesita. Y si hay nieve o lluvia no hay trabajo. Hay otros días en los que solo hay tres o cuatro horas de trabajo y ese dinero no me alcanza. Por fortuna, mi padre me dejó una casa en Guayaquil, a dónde puedo llegar en el futuro”, dijo entonces León. En la Roosevelt no la volvieron a ver. Muy posiblemente este disfrutando en su casa de Guayaquil, en Ecuador.

Rosita, de Cuenca (Ecuador), trabaja alegre repartiendo flyers. Foto: Mauricio Hernández.

Rosita Caliente, de Cuenca Ecuador, de 63 años.

Rosita repartía volantes en la 82 y Roosevelt una mañana de febrero. Fue una de las señoras más jovenes que entrevistamos, con 63 años, cinco hijos, 3 en USA y dos en Ecuador. Es ciudadana y la hija la trajo en 2011. Desde hace tres años no va a Ecuador. Comenzó de volantera hace cinco años, entonces ganaba de 30 a 40 dólares al día.

Hace 3 años, ganaba 7 dólares la hora. “Estabamos maltratadas, marginadas. No valoraban lo que realmente trabajabamos. No nos daban permiso para nada (ni para ir al baño) y estaba cayendo en depresión. Lloraba mucho”, relató entre volante y volante esta simpática señora.

“Regresé a Ecuador, pero allí no hay trabajo para la gente mayor. Vine de nuevo a Nueva York y me fuí directamente a donde el abogado Arcia. Ahora gano mucho mejor. Me tratan muy bien, como en familia. Me hacen sentir parte del equipo. Estoy muy contenta.

De la calle 82 hasta la Junction, en la Avenida Roosevelt, repartían también volantes muchas bisabuelas y abuelas que no quisieron identificarse. Hablé con ellas. “Trabajo porque me aburro en casa, donde vivo con mi familia. No me gusta estar encerrada, ni mucho menos depender de nadie”, me dijo una de ellas. Seis bisabuelas a las que nos acercamos pidieron no citar sus nombres, ni sus testimonios. Se les veía muy asustadas.

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Trabajador Inmigrante

Periodismo de Educación e integración en los distritos inmigrantes de Nueva York.