Luis Molina, 25 años en construcción: “Estoy en las manos de Dios”
Más de 100,000 trabajadores de la construcción sin documentos, al borde de la deportación en el gobierno el republicano de Donal Trump
Luis Molina acaba de recibir el “Premio Centroamericano al emprendimiento Empresarial del Año«
Ha entrado en ocho ocasiones a los Estados Unidos por la frontera desde 1998, siempre a trabajar con disciplina, y hoy recoge el fruto de su esfuerzo a través del reconocimiento de su trabajo en la construcción. Pero también en medio de la zozobra.
Molina construye nueve edificios en Nueva York, desde la excavación, pasando por la construcción y los terminados; nos confiesa que ha entrado ilegalmente en ocho ocasiones a los Estados Unidos, «pero estoy en manos de Dios», asegura este ecuatoriano que vive inmerso en la construcción desde que era niño
En Texas, con 400,000 obreros sin documentos, similar a Nueva York, son la mayor fuerza laboral en la construcción; pero no han dejado de trabajar, siguen pagando impuestos y edifican la ciudad.
New York. Mauricio Hernández. Luis Molina dirige en la actualidad la construcción de nueve edificios en Nueva York, varios en Brooklyn, donde trabajan bajo su cargo directo entre 40 y 60 obreros, varios compatriotas de Ecuador, ciudadanos que destacan en este sector de la economía en la ciudad que no duerme.
“Animo, vamos para adelante; hagamos las cosas bien, trabajemos bien; si mañana nos tocan la puerta y nos detienen, nos vamos tranquilos, siempre confiando en Díos”, dice Molina en uno de los edificios que construye, con la mirada serena, sin temor, alegre, dejando a un lado todo su pasado y pensando con optimismo en el presente.
Molina no tiene miedo, aunque tiene razones poderosas para tenerlo. “Estoy en las manos de Díos”, repite mientras nos relata las ocho travesías que ha tenido desde 1998 para entrar a los Estados Unidos a través de la frontera.
Ocho veces hizo las maletas, y siete veces dejo su pueblo del alma, Macas, en la provincia de Morona Santiago, para comenzar con la odisea de entrar a los Estados Unidos desde México de manera ilegal. En la última ocasión, cuando lo deportaron, no viajó a su país, se quedó en México y volvió a entrar a los tres días a los Estados Unidos.
Con 24 años, sin idioma, sin dinero, dejó atrás a la familia y a su entrañable Macas para hacer la travesía en busca del sueño americano: Quito, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México.
Tras este viaje de peligros, llegó a Nueva York, pero al no conocer a nadie se fue a Chicago, donde lo recibieron sus primos. Allí lavó platos en restaurantes, dobló ropa en lavanderías, y realizó todo tipo de trabajos, “pero los sueldos eran muy malos”.
Luego de seis meses, recordó las lecciones de construcción que recibió de su padre en Ecuador, cuando era niño y adolescente, y se regresó a Nueva York.
Algunos amigos que trabajaron en construcción en su pueblo de Macas junto con su padre y que se los encontró por casualidad, fueron los que lo apoyaron en Nueva York y lo llevaron a la Local 79 (sindicato de demolición), que en esa época estaba recibiendo a trabajadores de Ecuador sin documentos. Es el destino de la vida.
“Me vinculé a la unión, pero por la falta de información me retiré, sin saber que allí tendría más oportunidades, seguridad y un mejor futuro”, asegura Molina, que trabajó después como ayudante de construcción por ocho dólares la hora. “Salía a trabajar a las 4:00 de la mañana y regresaba entre las 10:00 y 11:00 de la noche; era bien pesado y no me quedaba tiempo para nada más”.
Encontró pronto otro trabajo de construcción, donde ascendió rápidamente por su entusiasmo, disciplina y plena disposición. Siempre fue recomendado y consiguió mucho trabajo en este sector en Nueva York, donde el 63% de los obreros son inmigrantes, y el 40% de ellos no tienen documentos.
“Siempre estaba observando lo que hacía el jefe para aprender; era muy puntual y tenía mucha disciplina y pasión por mi trabajo”, recordó Luis Molina, un hombre inquieto, una esponja que absorbe los distintos trabajos que se realizan en la construcción.
Hace 20 años ganaba 64 dólares al día. Pero otra empresa observó su trabajo de carpintería y le ofreció US 110 por hora, casi el doble.
“La disposición y el amor por el trabajo son importantes para progresar; en esa época se peleaban a los trabajadores y pronto me ofrecieron ganar 130 dólares el día en otra compañía”, relata Molina que hoy es abuelo y padre de cuatro hijos.
En uno de sus regresos a Ecuador, en 2004, voló a Honduras, pero olvido su pasaporte y lo regresaron. Finalmente consiguió llegar en balsa a La Florida a través de Las Bahamas, donde un cubano los dejó por la cantidad de 1,600 dólares. Fueron largos viajes y meses de travesía que aquí contamos en unas pocas líneas.
Aunque no tenía dinero en ese momento, lo que aprendió de inglés en el trabajo le permitió reunir los 1,600 dólares gracias a las donaciones de los demás migrantes pues Molina era el único del grupo que hablaba el idioma y era vital a su paso por la islas Bahamas. “Allí un cubano nos recogió y nos dejó en media hora en las costas de Miami”.
En 2008, una de las tantas veces que regresó a Ecuador, le llegaron a ofrecer solo 10 dólares al día en un trabajo, es decir, menos de lo que ganaba en Nueva York en una sola hora, y estando mal pagado. Así que volvió a hacer sus maletas y a repetir la travesía de entrar por la frontera.
Dos años después ya había montado su propia compañía. Repartía la business card, pero muchos se aprovechaban porque no tenía documentos y no le pagaban. “No sabía mucho inglés y me asustaba con las amenazas”. Aprendió inglés y “poquito a poquito fuí consiguiendo trabajos más grandes”.
Los problemas no llegaban solos. En mayo de 2019 le llegó una demanda a su empresa de un trabajador que tuvo una cortada leve en su obra, pero sus abogados lo demandaron por US 400,000. “Tuve que irme a la bancarrota, por lo que ya no tengo seguro y puedo tener mi propia compañía”, dijo. “Ahora trabaja para constructores de edificios dirigiendo toda la obra.”
Tiene un DUI por conducir en estado de embriaguez, ha entrado ilegalmente en ocho ocasiones a Estados Unidos por la frontera mexicana, y fue invitado a salir voluntariamente del país tras haber estado preso. Y con todo esto, quiere mostrar su caso a otros obreros para que no repitan lo mismo.
“Recuerdo que en el 2012 llegué a ganar US 450 dólares al día haciendo demolición; pero ahora los sueldos van a la baja”, dice Molina en una de las habitaciones del Hotel que construye en Brooklyn, sobre los planos de algunos de los nueve edificios que hoy se están construyendo bajo su supervisión general.
Los carpinteros son bien pagados en Nueva York, aunque la generosidad de los demócratas otorgando permisos de trabajo a personas recién llegados de la frontera, que sin experiencia y con solo un curso de OSHA pagado por La Ciudad, se ofrecían a trabajar por la tercera parte de los sueldos de los carpinteros.
Carpinteros sin union (no sindicalizados) ganaban entre 50 y 70 dólares la hora antes de la crisis migratoria; pero les rebajaron el sueldo a 20 dólares la hora bajo el argumento de que tenían personas recién llegadas y con papeles que trabajan hasta por 15 dólares la hora.
Al margen de esta situación, presentada en los dos últimos años en Nueva York, Molina trabaja con arte y disciplina y esto siempre tiene su recompensa. Nunca le faltó trabajo, ni mucho menos oportunidades. Pronto comenzó a armar casas para otra compañía.
“Un día la persona que leía los planos se fue de vacaciones, y mi jefe me dijo: «Sabes leer planos? Le respondí que sí, pero aunque no sabía, si estaba familiarizado y aprendí rápido”, manifestó Molina, que observaba a su padre desde niño trabajando en construcción.
Molina ganó mucho dinero, pero también lo malgastó. Joven, solo y con buen dinero, se dejó arrastrar por el vendaval de la soledad y terminó metido en las discotecas, que tienen entre sus asiduos clientes a los trabajadores de la construcción, muchos solos y con buen dinerito.
“Tuve ocho años de crecimiento económico; en dos semanas llegué a ganar algunas veces hasta US 15,000, pero no lo supe aprovechar: mujeres, alcohol, el peligro de la noche y la inmadurez de la juventud, lo echaron todo por la borda”, dice Molina.
Este trabajador ecuatoriano lleva hoy una vida tranquila, ordenada y dedica parte de sus ingresos a ayudar a niños y personas vulnerables de su pueblo natal a través de la fundación Niños Felices, que dirige una de sus hijas en Macas.
El desorden y las noches de desenfrenó suelen terminar mal. “Me pusieron una restricción por manejar bajo los efectos del alcohol; me quitaron la licencia, me prohibieron manejar y tuve cinco años de probatoria”. Recordó Molina.
Molina no tiene miedo de publicar este reportaje pues quiere también enviar un mensaje positivo y de esperanza, a pesar de las adversidades, que en su caso son muchas y le ponen en una situación muy vulnerabilidad bajo la intolerancia de este gobierno republicano.
Siempre ha habido trabajo. Con un arquitecto que leía los planos comenzó a arreglar casas y ganó también mucho dinero. A Molina siempre lo han buscado los constructores por referencias de otros trabajos. “Aunque no tengo títulos, siempre me ha gustado ser perfeccionista en mi profesión, observar, aprender, tener siempre buena disposición y ser muy puntual”.
Luego de cruzar ilegalmente en ocho ocasiones la frontera un día dijo ‘NO MÁS’. “No más andanzas, voy a ser una buena persona, más tranquilo. Comencé a trabajar en una compañía grande donde tenía unas 25 personas a cargo; puse como una escuela de construcción”, dijo.
“Me pagaban al día a 175 en el 2016. En el 2017 y 2018 trabajé muy duro, hasta que un día caí detenido porque en 2006 había violado la probatoria. Me detuvieron en un aire (gasolinera) y permanecí en la prisión La Roca por seis meses”, asegura Molina.
“Cuando salí de la cárcel, parecía que toda la gente sabía que había estado preso, nadie me daba trabajo; se cerraron todas las puertas”.
Detenciones pasadas y contratiempos de hoy. Por junio de 2019 tuvo un accidente y no tenía licencia en ese momento. Esto le traería problemas más adelante.
En septiembre de 2019 lo detiene migración cuando salía de su casa y el 12 de septiembre, el día de la virgen de Guadalupe, le dan libertad y un mes para salir voluntariamente del país. Vuela hasta México, pero allí se queda un tiempo con la idea de regresar.
A los 3 días volvió a Estados Unidos, de nuevo por la frontera. Trabajó en los elevadores de carga en Nueva York, pero el sueldo era muy bajo. Entonces volvió en 2020 a la construcción. Ese mismo año lo llamaron para trabajar con la ciudad.
Tengo salud, nunca reclamé a dios porque me dio tantas oportunidades y yo no las termine de aprovechar, pero siempre fui feliz de la vida, y lo soy hoy también.
El trabajo que tiene hoy lo ganó a pulso. Recomendado por constructores, hizo la mansión a su jefe en Forest Hills. Hoy lleva tres años de supervisor en la compañía coordinando y dirigiendo las obras que requieren de muchos trabajadores vinculados a ocho compañías subcontratistas de excavación, estructura, sheetrock, framing, electricidad, plomería, aire acondicionado y cable.
“Hacemos el edificio entero, desde el estudio de suelos, la excavación, la construcción y los terminados. Construimos nueve edificios y ya hemos entregado cuatro. Vamos a comenzar con otro edifico nuevo”, indicó Molina, que está en toda la parte del proceso.
Divorciado, y con cuatro hijos, está solo en NY desde el 2018: “Mis hijos viven bien, les envío o que necesitan todos los meses”, dice Molina, que también ha viajado a otros países buscando mejor futuro: Chile, Argentina, Brasil y Colombia y todo eso fue en el 2015.
“Uno aprende a vivir solo, y eso es lo mejor que uno tiene. Quererse uno mismo y no necesitar a otra persona. Aquí el pavimento es duro, cada tropiezo, cada caída, te va haciendo duro, te va formando”
Gracias a diosito que me tiene con salud y vida con trabajo y muy contento. Tiene una hija residente en Estados Unidos, Camelia, la menor, que aplicó para la lotería de visas y la ganó. Antonella y Josue Molina compiten en judo en Ecuador y pueden viajar con visa a las competiciones en Estados Unidos. Precisamente Josue estuvo hace unos años en una competencia en Miami y pudo verlo.
Tiene la Fundación Niños Felices en Ecuador desde hace dos años donde ayuda a personas vulnerables. “Mi hija está a cargo y a través de las redes sociales ella mira las necesidades del vecindario y nos acercamos a estas personas para ayudarlas”.